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Don Waldo, Gabriel y los libros: una amistad posible en el Bibliobús de Lo Barnechea

Bibliobús Lo Barnechea

Don Waldo, Gabriel y los libros: una amistad posible en el Bibliobús de Lo Barnechea

Publicado el 01/09/2016
Bibliobús Lo Barnechea
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En el marco del desarrollo del nuevo sitio web para el Programa Bibliomóviles, el Bibliobús de Lo Barnechea, compartió el siguiente relato de interés humano:

"Don Waldo, Gabriel y los libros: una amistad posible en el Bibliobús de Lo Barnechea"

Waldo Cuevas Matamala jubiló hace varios años y se retiró a la cordillera con una simple motivación: pasar tranquilo junto a su esposa los años que dure su vejez. Tiempo atrás, mucho antes de su retiro, compró una parcela en el kilómetro 17 camino a la Disputada, en el sector conocido comúnmente como Corral Quemado, comuna de Lo Barnechea. A orillas del camino tiene una casa de dos pisos en cuya fachada se encuentra empotrado un balcón desde el que se asoma a saludar cada vez que llega a visitarlo el Bibliobús. «¿Qué tienen de nuevo, jóvenes?» acostumbra a preguntar.

Cristián, el bibliomovilero de Lo Barnechea, en los tres años que lleva subiendo hasta su casa lo ha visto pedir toda clase de libros. Por los ojos de Waldo han desfilado las más disímiles prosas, como lector omnívoro ha devorado por igual a Haruki Murakami y a Philip Roth; Ken Follet y Paul Auster; y a cuanto autor le puedo recomendar, pues su apetito es tan voraz que muchas veces el bibliomovilero se queda sin saber qué ofrecerle. A Waldo parece no importarle; se acerca por sí mismo a la estantería y siempre encuentra alguna cosa.

Por otro de los caminos que conducen a la cordillera queda la escuela San Juan de Krondstat. Muy a menudo Gabriel, un niño de siete años, es el que recibe al bibliomóvil de Lo Barnechea. A su vez, saluda de un modo particular al encargado del bibliomóvil: le extiende la mano para saludar y en cuando las manos se juntarán para emplear el saludo más común, Gabriel mueve la suya de lado a lado y le dice «Te paseo».

- ¿Por qué no estás en clase Gabriel?- Le pregunta.

- La tía me sacó porque estaba saltando arriba de una mesa ¿Ya me puedo subir al bibliobús?- le pregunta.

El encargado le abre la puerta y esperan juntos dentro del camión a que inicie el recreo. Entre tanto leen algunos libros. Al pequeño le gustan los de dinosaurios.

- Tienes que portarte bien Gabriel- le dice el encargado del bibliomóvil - cada vez que vengo estás fuera de clase, no puede ser.

De don Waldo Cristián se hace una idea extraña. Con su barba blanca y sus maneras formales, el apropiado uso del lenguaje y la pasión por la literatura se imagina que se trataba de un intelectual. Grandes reflexiones sobre la vida y el mundo han acompañado sus breves conversaciones. Una vez le contó que era divorciado, que su actual cónyuge es su segunda esposa y que sus hijos viven en el extranjero. No los ve casi nunca, pero lo llaman de vez en cuando. Cuando vienen a visitarlo siempre les tiene de regalo un bonsái, los que hace él mismo a partir de cualquier semilla o rama que encuentra en sus largas caminatas en la cordillera.

El bibliomovilero se hace una idea romántica de la vida de Waldo Matamala: después de una vida dedicada al pensamiento, a la docencia tal vez, al cultivo intelectual, el viejo sabio jubila y se refugia en las montañas a leer y a cultivar bonsáis. Se imagina sus paredes llenas de pergaminos y su sillón junto a la chimenea en el que reposa la última novela que le recomendó: El Palacio de la Luna, de Paul Auster.

Suena la campana de la escuela y una estampida sube al bibliobús. El encargado tiene que hacer muchas veces malabares frente al computador recibiendo libros, prestándolos, dando prórrogas: «nuevamente estás atrasado, Antinao. Todavía me debes dos libros, Valentina; las adivinanzas están allá al fondo, Isidora». En medio de esa locura Gabriel desaparece. Quince minutos después, cuando el ritmo ha bajado, Gabriel se aparece con un libro entre manos.

-No entiendo qué dice, tío, ¿me lo puede leer?

Es un libro de imágenes en 3D. El encargado le enseña que el secreto está en torcer un poco los ojos, poner la mirada turnia y de repente sale un relieve, una imagen oculta tras las láminas. Gabriel se queda sentado largo rato, mirando fijamente una página. «No veo nada, tío». Tienes que concentrarte, Gabriel, paciencia, mira con atención.

-Oiga don Waldo- se atreve a preguntar Cristián- ¿No se siente muy solo por acá? ¿No vienen sus amigos a visitarlo?

- ¿Amigos? -le dice- pero si amigos no hay. Mire joven, yo pasé toda mi vida instalando aire acondicionado y conocí más gente de la que puedo recordar. Muchos de ellos los llamé amigos una vez. Los invitaba a mi casa, me rajaba con unos buenos asados y todo el copete que se imagine. Me abrazaban y me querían, pero yo sabía que estaba pagando para que estuvieran ahí. No llegaban porque sí, estaban porque había comida y trago y yo se los daba porque me gustaba tenerlos en casa y reírme con ellos. Pero nunca esperé nada cambio. Cuando me vine a vivir aquí supe que nunca más los vería y así fue. Jamás ha venido ningún compadre a preguntar si sigo vivo. Por eso creo yo que salí bueno para los libros, porque de ellos uno no espera nada y lo entregan todo. No son como los humanos, de los que esperas todo y jamás dan nada. Lo único que tengo es a mi esposa. Mientras ella esté y tenga libros conmigo no necesito amigos, la soledad no es un problema.

Suena la campana, el recreo ha terminado. Uno a uno los niños que permanecen en el bibliobús se retiran a sus salas. Gabriel permanece, sigue observando fijamente la imagen.

-Gabriel, ya tocaron la campana, tienes que irte-No lo escucha, sigue atento al libro-Ya Gabriel, vete a tu sala, te van a retar de nuevo.

- ¡La vi, tío! ¡La vi! Era como una calavera. La vi un segundo y desapareció, quiero seguir viendo más.

-No Gabriel, tienes que irte a la sala, ahora.

- ¿Para qué, tío? Si cuando voy me echan al tiro ¿No me cree?

-No, Gabriel, tienes que irte. Nos vemos en el segundo recreo.

Gabriel cierra el libro con rabia y se va a la sala sin despedirse. El encargado se queda ordenando algunos libros. No alcanzan a pasar tres minutos y Gabriel está de vuelta.

- ¿Qué te pasó? - le pregunta Cristián.

- La tía me sacó de nuevo.

- ¿Y qué hiciste esta vez?

-Entré a la sala y empecé a patear un asiento.

- ¿Pero por qué hiciste eso, Gabriel?

-Es que quería seguir viendo el libro.

- ¿Y no te gusta estar en clase? ¿Con tus amigos?

- No, tío, prefiero ver los libros. Además no tengo amigos, aquí al menos está usted.